Estaba terminando de
trabajar esa noche. La mayoría de los empleados se había ido. Apagué la
computadora, guarde papeles y carpetas en el cajón del escritorio, descolgué el
saco del perchero y me lo puse apresuradamente. Quería irme de una vez y abandonarme
entre los brazos de Andrea. ¡Ah, como amaba a esa mujer! Tomé el teléfono móvil y llamé a mi esposa.
—Laura, querida, voy a demorar un par de horas. Tenemos reunión
con los socios inversores.
…
No, mejor no me esperes para cenar.
…
Claro, voy a hacer lo posible por terminar rápido.
…
Yo también estoy cansado y quiero dormirme temprano.
…
Te mando un beso.
Apagué la luz de la
oficina y salí al pasillo. Allí me encontré con Andrea que también salía. Nos
besamos largamente, nadie nos veía.
Estaba hermosa. Con sus jóvenes
25 años y su apariencia fina y sofisticada es la típica asistente del director.
Culta, inteligente y de gustos refinados.
Y por sobre todas las
cosas, discreta.
Hace un año que somos
amantes y jamás hemos tenido un inconveniente. Ella comprende mi situación, por
eso nunca me hecho una escena, ni me pide cosas que sabe no le puedo dar.
Igual sabe que estoy loco
por ella.
—Vamos amor, ¡no veo la hora de llegar a tu casa!
— ¿Preparo algo rico de comer? Estoy con hambre.
—No. Pedimos algo después. Primero te como a besos.
En su dormitorio hicimos
el amor apasionadamente y terminamos a las risas haciéndonos cosquillas y
bromeando.
Una semana mas tarde, el
18 de enero, más precisamente, era la fecha de aniversario de casados.
Seis años.
Recuerdo ese día claramente.
Laura estaba bellísima. Una novia de tapa de revista.
Me casé convencido de
amarla hasta que apareció Andrea y puso mi mundo patas arriba.
No era mi intención, no
estaba en mis planes, solo sucedió.
Laura había hecho todos
los arreglos para que ese día fuéramos en el yate hasta la isla y ahí pasar un día
romántico, los dos solos, lejos de familia y amigos.
Acepté. No quise
contradecirla, después de todo ella estaba muy ilusionada con la idea.
Esa mañana desperté con
el sol dándome en los ojos, Laura había descorrido las cortinas de las enormes
ventanas.
— ¡Vamos haragán, a despertarse, que es un día espléndido y hay que
aprovecharlo! se rió.
Cargamos el auto con una
gran cesta en la que llevábamos varias cosas y salimos rumbo al embarcadero.
Era un caluroso día de
verano, con el cielo despejado, el agua azul y transparente. Una brisa fresca
nos daba en el rostro.
Disfrutamos del viaje en
el yate.
Laura estaba hermosa. Tiene
35 años pero parece más joven. Llevaba un bikini y encima un pareo estampado,
el cabello recogido, lentes oscuros y grandes que le daban aspecto de modelo.
Estaba feliz conversando
y riéndose.
Yo me sentía bien de
verla así. Porque ciertamente tenía cargos de conciencia. Me sentía culpable
por la infidelidad, pero tampoco me parecía justo abandonarla, decirle que ya
no sentía lo mismo por ella. No era su culpa. Con el paso del tiempo vamos
cambiando irremediablemente.
Llegamos a una parte en
que no podíamos seguir mas en el yate, debíamos cambiarnos a un pequeño bote
para poder transitar entre vegetación espesa, raíces y ramas bajas.
Ya muy cerca de la isla
Laura se puso de pie y tomaba fotos.
No me explico bien que
paso.
El bote se sacudió y Laura
cayó al agua. Yo quedé agarrado del bote que se estabilizó y comenzó a alejarse.
Laura agitaba los brazos,
la veía subir y bajar en el agua, gritaba y parecía estar enredada en algo
porque, aunque sabe nadar muy bien, no lograba salir.
Me sentí paralizado,
incapaz de actuar, solamente la miraba debatirse en el agua.
Una parte de mi decía: ¡Hacé
algo, ayudala! y otra parte decía: Dejala, dejala.
Laura desapareció de la
superficie y yo debo haber caído en alguna especie de desvarío, porque no
recuerdo como me rescataron algunas horas después.
Definitivamente hay un espacio
en blanco en mi memoria. Mis primeros recuerdos son de esa noche, la familia llorando, los amigos, la gente de
la empresa, el funeral.
Desde entonces soy un
hombre dividido en dos. Siento un gran remordimiento por no haberla ayudado, ni
siquiera intenté extenderle una mano. Y creo que no voy a olvidar en mi vida
esa mirada, mezcla de desesperación e incredulidad, como si dijera: ¿En serio
no me vas a ayudar?
Al mismo tiempo siento
como si me hubiera sacado un peso de encima.
Me veo libre de, al fin,
hacer lo que quiero. Debo ser un monstruo.
Por supuesto hubo investigación
policial. Me interrogaron. Varias veces. Descartaron interés económico de mi
parte. Si bien Laura tenía su fortuna personal la mía es superior. Pero, se supo
de mi relación con Andrea y eso provocó dudas.
De todas formas no
encontraron pruebas contundentes y el tiempo, se sabe, apacigua todas las
cosas.
Tengo pesadillas algunas
noches. Siempre son las mismas. Los ojos de Laura mirándome con desesperación.
Aparte de eso, mi vida volvió a la normalidad.
Me mudé de casa. No podía
seguir viviendo allí. Me compré una casa moderna y lujosa pero más pequeña.
Han pasado seis meses y
estamos haciendo planes con Andrea para vivir juntos una vez que se cumpla un año
de lo ocurrido. No ocultamos nuestra relación y eso nos ha dado una mayor sensación
de libertad.
Aunque desde hace unos días
he notado a Andrea preocupada, se sobresalta con facilidad.
—Decime ¿que te pasa?
—Me siento observada. Como si alguien me vigilara.
—Pero ¿estas segura, o es solo una impresión?
—A veces veo como sombras que, cuando miro, se desplazan rápido. Seguro es
mi imaginación. Estoy con mucho estrés sin duda.
—Tomate unos días de licencia. Vamonos a algún lado a descansar. ¿Te
parece?
—Si, creo que es una buena idea.
La semana pasada cuando Andrea
volvía de hacer unas compras, se encontró con su perro muerto, colgando de una
cuerda, en la reja del jardín. Tuvo una crisis nerviosa. El médico le indicó sedantes
y reposo por una semana.
Me pregunto si tendrá
algo que ver con esa idea de sentirse observada. Y me pregunto quién querría
hacerle daño.
Verdaderamente algo esta
pasando. Cuando vuelvo de trabajar encuentro las cosas del jardín cambiadas de
lugar, luces encendidas, cuando yo dejé todo apagado. Encontré en la puerta de
casa un recorte de diario con la noticia de la muerte de Laura.
Un día me sorprendí con
las ruedas desinfladas del auto y otro le habían rayado todo el costado de una
punta a la otra.
Esta noche llegué del
trabajo temprano. Estaba cansado y decidí volver antes. Cuando fui a poner la
llave en la puerta, la encontré abierta. Había alguien en la casa.
¿Pero quién?
¿Laura? no puede ser.
Entré, encendí las luces
y vi una silueta que se acercaba.
— ¿Laura… es verdad?
—Si. Es verdad. Soy yo
—Pero, ¿como? No
entiendo.
—Logré liberarme de las ramas que me tenían enganchada,
nadé hasta la isla, me quedé ahí.
—Pero, los que me encontraron...
—No, a mi no me vieron. No quise que supieran y arruinaran
mi venganza.
—Laura, no te imaginas, la alegría que me da saber que
estas bien.
— ¡No mientas!
En ese momento sacó un
arma de su bolsillo y me apuntó directo a la cabeza.
—Laura, yo...
Sentí un ruido tremendo,
la explosión en la cabeza y ya no vi nada más.