Hola

Este año me decidí y empecé a escribir. Lo quiero compartir contigo.

viernes, 27 de junio de 2014

Celestitud



Una tarde estaba acostado en mi cama cuando empecé a tener una experiencia extra-corpórea. Vi como mi cuerpo se elevaba, despacio, en la misma posición horizontal en que me encontraba. Me sentía embargado por una paz indescriptible. Llegué al techo y lo traspasé sin dificultad. Me vi entre las copas de los árboles primero y entre nubes después. Los pájaros volaban a mi alrededor y yo seguía flotando. El cielo lucía espléndido, celeste, despejado. Al salir de la atmósfera empezó a ponerse azul oscuro y luego negro. La sensación era maravillosa. No me dolía el cuerpo. Me olvidé del reuma y nada me preocupaba.
De repente sentí una terrible sacudida que me hizo regresar al momento.
Mi cuñado, agarrando mi brazo y zarandeándolo, me gritaba:

¡Despertate Pedro, que ya empieza el partido de Uruguay!

sábado, 14 de junio de 2014

La isla

Estaba terminando de trabajar esa noche. La mayoría de los empleados se había ido. Apagué la computadora, guarde papeles y carpetas en el cajón del escritorio, descolgué el saco del perchero y me lo puse apresuradamente. Quería irme de una vez y abandonarme entre los brazos de Andrea. ¡Ah, como amaba a esa mujer!  Tomé el teléfono móvil y llamé a mi esposa.
            —Laura, querida, voy a demorar un par de horas. Tenemos reunión con los socios inversores.
 …
 No, mejor no me esperes para cenar.
 …
Claro, voy a hacer lo posible por terminar rápido.
… 
Yo también estoy cansado y quiero dormirme temprano.
 …
Te mando un beso.
Apagué la luz de la oficina y salí al pasillo. Allí me encontré con Andrea que también salía. Nos besamos largamente, nadie nos veía.
Estaba hermosa. Con sus jóvenes 25 años y su apariencia fina y sofisticada es la típica asistente del director. Culta, inteligente y de gustos refinados.
Y por sobre todas las cosas, discreta.
Hace un año que somos amantes y jamás hemos tenido un inconveniente. Ella comprende mi situación, por eso nunca me hecho una escena, ni me pide cosas que sabe no le puedo dar.
Igual sabe que estoy loco por ella.
—Vamos amor, ¡no veo la hora de llegar a tu casa!
— ¿Preparo algo rico de comer? Estoy con hambre.
—No. Pedimos algo después. Primero te como a besos.
En su dormitorio hicimos el amor apasionadamente y terminamos a las risas haciéndonos cosquillas y bromeando.

Una semana mas tarde, el 18 de enero, más precisamente, era la fecha de aniversario de casados.
Seis años.
Recuerdo ese día claramente. Laura estaba bellísima. Una novia de tapa de revista.
Me casé convencido de amarla hasta que apareció Andrea y puso mi mundo patas arriba.
No era mi intención, no estaba en mis planes, solo sucedió.
Laura había hecho todos los arreglos para que ese día fuéramos en el yate hasta la isla y ahí pasar un día romántico, los dos solos, lejos de familia y amigos.
Acepté. No quise contradecirla, después de todo ella estaba muy ilusionada con la idea.

Esa mañana desperté con el sol dándome en los ojos, Laura había descorrido las cortinas de las enormes ventanas.
— ¡Vamos haragán, a despertarse, que es un día espléndido y hay que aprovecharlo! se rió.
Cargamos el auto con una gran cesta en la que llevábamos varias cosas y salimos rumbo al embarcadero.

Era un caluroso día de verano, con el cielo despejado, el agua azul y transparente. Una brisa fresca nos daba en el rostro.
Disfrutamos del viaje en el yate.
Laura estaba hermosa. Tiene 35 años pero parece más joven. Llevaba un bikini y encima un pareo estampado, el cabello recogido, lentes oscuros y grandes que le daban aspecto de modelo.
Estaba feliz conversando y riéndose.
Yo me sentía bien de verla así. Porque ciertamente tenía cargos de conciencia. Me sentía culpable por la infidelidad, pero tampoco me parecía justo abandonarla, decirle que ya no sentía lo mismo por ella. No era su culpa. Con el paso del tiempo vamos cambiando irremediablemente.

Llegamos a una parte en que no podíamos seguir mas en el yate, debíamos cambiarnos a un pequeño bote para poder transitar entre vegetación espesa, raíces y ramas bajas.
Ya muy cerca de la isla Laura se puso de pie y tomaba fotos.
No me explico bien que paso.
El bote se sacudió y Laura cayó al agua. Yo quedé agarrado del bote que se estabilizó y comenzó  a alejarse.
Laura agitaba los brazos, la veía subir y bajar en el agua, gritaba y parecía estar enredada en algo porque, aunque sabe nadar muy bien, no lograba salir.
Me sentí paralizado, incapaz de actuar, solamente la miraba debatirse en el agua.
Una parte de mi decía: ¡Hacé algo, ayudala! y otra parte decía: Dejala, dejala.
Laura desapareció de la superficie y yo debo haber caído en alguna especie de desvarío, porque no recuerdo como me rescataron algunas horas después.

Definitivamente hay un espacio en blanco en mi memoria. Mis primeros recuerdos son de esa noche,  la familia llorando, los amigos, la gente de la empresa, el funeral.
Desde entonces soy un hombre dividido en dos. Siento un gran remordimiento por no haberla ayudado, ni siquiera intenté extenderle una mano. Y creo que no voy a olvidar en mi vida esa mirada, mezcla de desesperación e incredulidad, como si dijera: ¿En serio no me vas a ayudar?
Al mismo tiempo siento como si me hubiera sacado un peso de encima.
Me veo libre de, al fin, hacer lo que quiero. Debo ser un monstruo.

Por supuesto hubo investigación policial. Me interrogaron. Varias veces. Descartaron interés económico de mi parte. Si bien Laura tenía su fortuna personal la mía es superior. Pero, se supo de mi relación con Andrea y eso provocó dudas.
De todas formas no encontraron pruebas contundentes y el tiempo, se sabe, apacigua todas las cosas.

Tengo pesadillas algunas noches. Siempre son las mismas. Los ojos de Laura mirándome con desesperación. Aparte de eso, mi vida volvió a la normalidad.
Me mudé de casa. No podía seguir viviendo allí. Me compré una casa moderna y lujosa pero más pequeña.
Han pasado seis meses y estamos haciendo planes con Andrea para vivir juntos una vez que se cumpla un año de lo ocurrido. No ocultamos nuestra relación y eso nos ha dado una mayor sensación de libertad.
Aunque desde hace unos días he notado a Andrea preocupada, se sobresalta con facilidad.
—Decime ¿que te pasa?
—Me siento observada. Como si alguien me vigilara.
—Pero ¿estas segura, o es solo una impresión?
—A veces veo como sombras que, cuando miro, se desplazan rápido. Seguro es mi imaginación. Estoy con mucho estrés sin duda.
—Tomate unos días de licencia. Vamonos a algún lado a descansar. ¿Te parece?
—Si, creo que es una buena idea.

La semana pasada cuando Andrea volvía de hacer unas compras, se encontró con su perro muerto, colgando de una cuerda, en la reja del jardín. Tuvo una crisis nerviosa. El médico le indicó sedantes y reposo por una semana.
Me pregunto si tendrá algo que ver con esa idea de sentirse observada. Y me pregunto quién querría hacerle daño.
Verdaderamente algo esta pasando. Cuando vuelvo de trabajar encuentro las cosas del jardín cambiadas de lugar, luces encendidas, cuando yo dejé todo apagado. Encontré en la puerta de casa un recorte de diario con la noticia de la muerte de Laura.
Un día me sorprendí con las ruedas desinfladas del auto y otro le habían rayado todo el costado de una punta a la otra.

Esta noche llegué del trabajo temprano. Estaba cansado y decidí volver antes. Cuando fui a poner la llave en la puerta, la encontré abierta. Había alguien en la casa.
¿Pero quién?
¿Laura? no puede ser.

Entré, encendí las luces y vi una silueta que se acercaba.
            — ¿Laura… es verdad?
            —Si. Es verdad. Soy yo
             —Pero, ¿como? No entiendo.
            —Logré liberarme de las ramas que me tenían enganchada, nadé hasta la isla, me quedé ahí.
            —Pero, los que me encontraron...
            —No, a mi no me vieron. No quise que supieran y arruinaran mi venganza.
            —Laura, no te imaginas, la alegría que me da saber que estas bien.
            — ¡No mientas!
En ese momento sacó un arma de su bolsillo y me apuntó directo a la cabeza.
            —Laura, yo...
Sentí un ruido tremendo, la explosión en la cabeza y ya no vi nada más.







viernes, 13 de junio de 2014

Clara, descubrirá su amor.


Vos sos bella
es la sociedad que es una mierda.

Yo te voy a contar lo que le pasó a Clara, una noche que ella estaba re triste. Por eso se encerró en el baño, agarró una hoja de afeitar y comenzó a cortarse los brazos, con rabia, bajoneada por lo que le había pasado con sus padres.
Lucía, su amiga, que vivía con ella justo llegó, y la sintió llorando. Le abrió la puerta de golpe y... ya se lo imaginaba, no era la primera vez:
—¿De nuevo?, ¿qué te pasó ahora?
—Mi padre —Le dijo llorando— discutió conmigo, me gritó mal y de no ser por mamá igual me pegaba un cachetazo.
—Siempre lo mismo con tu padre che... —y mientras le limpiaba las lágrimas negras de rimmel corriendo por sus mejillas, la sangre goteaba de sus brazos- No te preocupes... yo sé como alegrarte, vamos a comer unos chocolates viendo una peli, qué te parece.
—Sí, dale. Sos muy buena conmigo.
—Soy tu amiga y quiero verte bien —limpiando ahora la sangre de sus brazos.
¡Pah... que fuerte!, le pasaba como a mí, pero... ¿es verdad o te lo estás inventando?
Es real, después te cuento quién es Clara, pero dejame que te termine la historia: se acostaron juntas a ver la peli, y...
—¿Que miramos, el secreto de la montaña? —le dijo Lucía, mientras Clara, abría delicadamente la caja de bombones y Lucía, apoyaba sus pies arriba de la mesa
—No... Mejor miramos la laguna azul
—No, no, te va a gustar; pará que la busco en la compu y ya vas a ver
El asunto es que nunca terminaron la peli, Lucía se quedó  dormida en la mitad y Clara, feliz, se durmió poco después abrazada de su compañera. El despertador sonó a las siete, tenía que ir a su trabajo en la disquería; eligió una remera de manga larga —oscura como siempre— y viéndose reflejada en el espejo, tomó entre sus dedos índice y pulgar, la cruz invertida que siempre llevaba en su cuello. Antes de salir, besó a Lucía en la frente sin llegar a despertarla.
—Clara, ¿llegando tarde como siempre? —le dijo Soledad, su compañera de trabajo, mientras que su jefe, Juan, hizo un silencio cómplice antes de aclarar:
—Llegaron unos discos nuevos de género dark, ¿por qué no te pones a organizarlos?, y vos Soledad —más firme— empezá a atender a los clientes que ya están entrando.
Y mientras Clara estaba haciendo su trabajo, le sonó el celular; se sorprendió al ver que era su madre. Atendió nerviosa:
—Hola... ¿mamá?
—Hola Clarita, ¿cómo estás hija?
—Bien... bien...
—Me siento muy mal ¿sabes?, por la discusión que tuviste con papá el otro día; ¿por qué no venís a comer a casa... y lo charlamos en familia?
—No sé, vos sabes como es papá de difícil
—Ya sé, pero entre las dos, seguro le tocamos el corazón
—Bueno, está bien, voy mañana a las doce; besos
Esa noche, ya en casa con Lucía, le cuenta emocionada la  posibilidad de arreglar las cosas con su padre.
—No sé Lucy... estoy tan nerviosa, ¿qué hago?
—Y... mirá, pa empezar, no llevés la ropa de siempre, ya sabés que a tu viejo no le gusta esa onda; yo te puedo prestar algo, tengo de todo
—¡Ay sí!, vamos a revolver el ropero, me encanta
—Dale, vení —Y tomándola de la mano la lleva al dormitorio donde comienzan a sacar todo tipo de vestidos, blusas, pantalones, zapatos... y hasta la ropa interior acabó sobre la cama.
—Bueno, y ahora: a probarse la ropa
—¿Las dos?
—Sí, claro
A poco y estaban las dos desnudas frente al espejo. Se reían y hacían caras, hasta que una de ellas, empezó a acariciar a la otra... y cuando quisieron acordar, estaban en la cama entre un montón de ropas, besándose y tocándose sin miedo, sin vergüenza, simplemente dejándose llevar. Esto trajo un cambio en la relación entre Clara y Lucía, ya que ahora, compartían un secreto además de su amistad.

A la mañana siguiente, Clara no se vistió con la ropa oscura de siempre,  llevó las prendas deportivas de su amiga, pero le costaba dejar su cruz invertida, y decidió esconderla dentro de su escote.

Para el mediodía, estaba en  la gran casona de Carrasco, en el comedor, con su madre y su padre; sentado a la cabecera como siempre. Hacía mucho que no los veía, y esperaba que las cosas anduvieran mejor.
La saludaron y le preguntaron cómo estaba, cómo le iba en el trabajo, y sobre lucía. Clara contestaba lo mejor que podía, aunque aquello se parecía cada vez mas a un interrogatorio policial. Como siempre, su madre, se mostraba más cariñosa que su padre, quien se limitaba a fruncir el ceño articulando pocas palabras.  Terminaron de almorzar y antes de irse, Clara, le dio una llave del apartamento a su madre, para que fueran a verla cuando quisieran.

El resto del finde, transcurrió con normalidad. Llegó el lunes y en su trabajo, podía sentir como Juan la observaba, la observaba así como un hombre observa a una mujer. Ella se sentía incómoda, recordaba a Lucía, y estaba segura de sus sentimientos por ella. La tarde pasó rápido, y pronto terminó su horario.

Cuando Clara entró a casa, Lucía no estaba, entonces quiso sorprenderla con una cena. Para cuando llegó su compañera la mesa estaba servida a la luz de las velas, con un hermoso arreglo floral y una suave melodía que llenaba el  ambiente. Comieron, charlaron, bebieron, rieron y al terminar, alegres con el vino, se desnudaron y empezaron a perseguirse, esconderse y encontrarse, hacerse cosquillas y acabaron haciendo el amor en el sillón, justo enfrente a la puerta que se abre... Y eran sus padres.

¡Ay...!, me imagino la cara de los padres...por favor
Y la cara de ellas, ni te cuento. Quedaron los cuatro mirándose. Y el padre fue el primero en reaccionar:
—¡Lo único que me faltaba!, ahora también: ¡lesbiana! -Se dio media vuelta y se fue.
La madre, más tranquila, lo seguía diciéndole: "José Luis, por favor, no le hables así". Cuando llegaron a la calle, el padre de Clara se detiene y se dobla agarrándose el pecho. Irene, llamó a la emergencia, el médico le explicó que había sufrido un infarto y esa misma noche, lo internaron en el CTI con un pronóstico reservado.

A la mañana siguiente, y sin saber nada, Clara, llegó al trabajo diez minutos tarde. Encontró a Juan hablando con Soledad. Hablaban bajito, con las caras muy cerca el uno del otro. Sintió algo así como celos. (¿Por qué?), se preguntaba, (si estoy enamorada de Lucía, ¿qué me importa Juan?). Igual quedó toda la mañana con un sentimiento... raro. Al mediodía la llamó su madre, para decirle que su padre estaba internado. Clara se largó a llorar enseguida, mientras que su madre, le explicaba que durante la madrugada su padre había tenido un segundo infarto. Clara pensaba que era su culpa, porque la había visto con Lucía. Colgó, le explicó a Juan lo que pasaba en medio de las lágrimas y le pidió para irse al sanatorio. Juan se mostró muy conmovido:
 
—¡Sí, por supuesto!, ¿queres que te lleve? Lo que precises.
En los siguientes días, en que Clara estaba muy angustiada, Juan estuvo acompañándola todo el tiempo, y así pudo conocerlo más. Vio que era un gran tipo, solidario y generoso. Su padre, por desgracia, nunca salió del CTI; pero vivió lo suficiente para que Clara, pudiera reconciliarse con él.

Poco tiempo después Juan y Clara se pusieron de novios, pero en serio. Y un año más tarde se casaron.

Y vos... ¿por qué me contas todo esto, qué tiene que ver  conmigo?
Porque te veo mal, con ganas de cortarte los brazos otra vez. Y quiero mostrarte, que si a Clara se le arreglaron las cosas, a vos también se te pueden arreglar.
¿Pero... de dónde conocés a esa gente?
Si vos ya los viste un par de veces, Clara y Juan, son mis padres.




sábado, 7 de junio de 2014

En el ascensor

Eran cerca de las 20 horas cuando Elisa terminó su trabajo, apagó la computadora y salió de la oficina. Estaba ella sola, sus compañeros se habían marchado antes, pero ella tenía trabajo atrasado que quería terminar. El edificio se veía vacío. Las oficinas todas terminaban su trabajo a las 19.
Subió al ascensor. Dos pisos mas abajo se abre la puerta y entra un hombre atractivo que Elisa no reconoció, seguramente algún gerente, por su aspecto ejecutivo. No se prestaron atención.
De pronto se corto la energía y el ascensor quedó detenido y totalmente a oscuras. Elisa gritó con miedo.
                           — ¿Que hacemos ahora?
                           — No te preocupes. Es solo un apagón. Ya va a volver.
Los dos, automáticamente, agarraron sus teléfonos móviles y descubrieron que no había cobertura.
                           — ¡Este edificio viejo sin generadores de emergencia!
       —     Alguien va a dar aviso. Quedáte tranquila
                          Si. ¿Quien? De noche solo queda la seguridad.
                             —Por eso te digo. Alguien va a avisar. Mejor nos sentamos. Capaz demoran un poco. Se sientan con las espaldas apoyadas en la pared del ascensor, los brazos rozándose, y en ese momento Elisa empieza a llorar. Matías trató de consolarla.
                       —No llores, ¿te esta esperando alguien, que se asuste por tu demora?
                       —No, pero podría estar en casa dándome un baño ¿Y vos, te espera alguien?
                       —Mi perro, que le doy de comer al llegar.
Matías le pasó el brazo por los hombros y la acercó a el.
En medio de la total oscuridad Matías la besó. Y ella le devolvió el beso con tanta ganas que se sorprendieron los dos. Fueron resbalando de sentados a acostados.
Y ahí mismo, tal vez por la incertidumbre, el miedo o lo que fuera que los conectaba, empezaron a acariciarse por debajo de la ropa.
Se olvidaron de todo y empezaron a hacer el amor
                       — ¿Y si viene la luz de golpe y se abre la puerta? Preguntó Elisa
                       —Es lo que menos me importa en estos momentos.
Dulzura, ternura, ganas y pasión.
Cuando terminaron se arreglaron la ropa lo mejor que pudieron dada la oscuridad y volvieron a sentarse, Elisa apoyando la cabeza sobre su hombro y el tomándole las manos.
                        — ¿Te ha pasado muchas veces esto de quedarte atrapada en un ascensor? le pregunto riéndose.
                        — No, nunca.
En ese momento se encendió la luz y el ascensor retomó su marcha.
Frente a frente y mirándose intensamente a los ojos por primera vez, se ayudaron a arreglarse la ropa y el pelo.
Elisa tenía el maquillaje corrido y el se lo limpiaba suavemente con su pañuelo.
El ascensor se detuvo, salieron caminando despacio, tomados de la mano, como si fueran una pareja de hace mucho tiempo.

Los dos iban sonriendo.

Tu sombra



                                                                                        Todo me recuerda a ti,
                                                                                         tu sombra sigue aquí.
                                                                                              Sheena Easton

Mi nombre es Maria Elena y trabajo como enfermera en el hospital de la ciudad. Tengo treinta y cinco años y estoy separada, sin hijos. Durante el año siguiente a mi divorcio no quise volver a buscar pareja. Tan dolida estaba, tan fracasada me sentía, había puesto mucha ilusión en mi matrimonio. Pero, el tiempo lo cura todo, dicen, y es verdad en parte. Volví a alimentar la ilusión de tener a alguien a mi lado, de no dormir sola.
Intenté iniciar relaciones, varias veces, todas fracasaron. Luego decidí quedarme así. ¿Acaso es imprescindible tener pareja? Empecé a sentirme bien conmigo misma, a aceptarme totalmente.

Hasta que un día apareció él.
La vida te hace a veces esas jugarretas.
Era técnico radiólogo. Atractivo, con una personalidad deslumbrante. Nos cruzábamos varias veces en el trabajo y empezamos a comer juntos en la hora de descanso. Fue amor a primera vista. Intenso, sublime, como el de los adolescentes y cuando ya no lo esperaba.
Me cambió la vida y me dejé llevar. Yo amaba su sentido de la libertad. Su falta de prejuicios, de convencionalismos, de  reglas. Me amó sin medida y lo amé sin medida.

Por ese entonces, empezó a llamarme Elenita. Yo jamás había tenido sobrenombre o apodo. Ni siquiera de niña. Por eso me sonaba un poco raro, pero por supuesto me acostumbré. Como me acostumbré a todo lo que viniera de el.
Y pasó algo extraño. Todos los demás compañeros de trabajo, empezaron a llamarme Elenita. No me gustaba el sobrenombre, pero terminé aceptándolo.
Al fin y al cabo él me llamaba así.

Un día se fue de mi vida así como había llegado, sin aviso, sin que yo lo esperara y quedé hundida en el abismo. El dolor se volvió insoportable.
Ha pasado el tiempo y aun me pregunto… ¿por que?
Su partida me dejó muchas cosas.
Su recuerdo imborrable.
Su presencia que permanece en mi vida, como una sombra que me acompaña siempre.
Su imagen, que me parece ver, caminando por los pasillos del hospital.
El calor de sus labios cuando me besaba.
Pero me dejó algo más.
Mis compañeros de trabajo siguen llamándome Elenita. Así aumenta mi dolor cada vez que me nombran. Y el fenómeno parece aumentar y multiplicarse. Porque algunos de mis viejos compañeros se han ido, a probar suerte en  mejores empleos, o se han jubilado.
Y los nuevos que los sustituyen también me llaman Elenita.
Como si no alcanzara con lo que ya tengo.

Como si no fuera suficiente.