Hola

Este año me decidí y empecé a escribir. Lo quiero compartir contigo.

miércoles, 23 de abril de 2014

En el bar


.Hacía como dos meses que Carlos y Enrique no se veían. Se mantenían en contacto por Facebook y por el celular pero por una razón o la otra no habían encontrado el momento para hacerlo. Hoy se encontraban en el bar.
—¡Carlitos, tanto tiempo! Sentate. ¿Qué tomás?
—¡Henry, que alegría! Un café.
—¡Al fin nos vemos, che!
—Si, de veras. ¿Andas bien?
—Si. Re bien. ¿Vos?
—Si, bien. Tranqui. Ya sé que de amores andas bien.
—Si. Por suerte. Marina es bárbara. La verdad estoy re contento. Al fin la vas a conocer personalmente.
—¡En serio. Que vergüenza que todavía no la conozco! Solo por tus cuentos. Es tremenda piba, ¿no?
—Si. Una genia. ¿Y vos? ¿Algún amor en el horizonte?
—Calláte, que ayer haciendo cola en la Intendencia para un trámite, me pongo a conversar con una morocha. No te voy a decir a decir que es una modelo de tapa de revista, pero tiene una belleza tranqui y parece linda persona también.
—¡Mirá que bien! ¿Y quedaron en algo?
—Si. La invité a tomar un café el fin de semana. No me quiso dar su número, me pidió el mío y me dijo que ella me llamaba de noche para confirmar. Yo le di el número y me dije¡ta, no me va a llamar nada! Pero a eso de las nueve, me llamó y quedamos para el viernes.
—¡Que bueno, ojala todo salga bien! Así después podemos salir juntos los cuatro —dijo riéndose.
—¡Si, buenísimo!
Enrique, —mirando por encima del hombro de Carlos— ve que entra Marina.
—¡Mirá, ya llegó!
Ella buscando con la mirada entre todas las mesas, el bar estaba lleno de gente. Carlos se da vuelta y ve espantado que Marina es la mujer con la que habló ayer. Se atora con el café y empieza a toser ruidosamente. Enrique moviendo el brazo en alto y riéndose. Carlos tratando de pensar a mil por hora: (¿Qué hago, voy al baño y gano tiempo?). Demasiado tarde. Marina ya estaba al lado de la mesa.
—Carlitos, esta es Marina, mi novia.
—¡Mucho gusto!
—¡Encantada de conocerte! Henry me habló mucho de ti. Se la veía tranquila, sonriente.
Carlos se preguntaba: (¿estará loca o se hace la viva?).
—Mari, ¿sabés que Carlos está enamorado? —Riéndose—  parece que encontró la horma de su zapato.
—¡Ah, que bien!
—Según Carlos no es una gran belleza, pero está linda. —Divertido y riéndose.
—¡Ah…!, ¿no es muy linda? —Respondió Marina mirándolo de frente y mostrándose risueña.
—No, no —contestó Carlos— ¡es muy linda, si!Poniéndose de pie— bueno, me tengo que ir, ustedes tienen mucho para conversar.
—¿En serio, te vas ya?
—Si, si, nos hablamos, ¿eh?
—Dale, nos hablamos —Y se fue pensando, (¿y ahora, como sigue esto?).

El hallazgo


domingo, 6 de abril de 2014

Crimen en la biblioteca

Recuerdo el día en que la maté. Yo sabía que ella estaría en la biblioteca entre las tres y las cinco de la tarde. No es que la hora y el lugar fueran adecuados para un crimen, pero ella no salía de noche, ni andaba en lugares solitarios. Así que me dije a mi mismo, que sea ahí.
La biblioteca es muy grande y tiene un entrepiso enorme donde están los libros técnicos que son los que ella lee. Ese sector no es frecuentado por mucha gente que digamos.
También sabía que me estaba engañando con otro hombre desde hacía tiempo. Yo mismo los vi salir juntos de la universidad donde estudiaban, y también los vi sentados en el café de enfrente, conversando animadamente.
Así que esa tarde llegué temprano a la biblioteca y me fui inmediatamente arriba, a esperar por ella.
 Sentí algunos pasos que subían la escalera, el sonido apagado por las alfombras y supe que llegaba.
Me agaché como buscando libros del estante mas bajo y distinguí, por el rabillo del ojo, su silueta inconfundible. Llevaba un fresco vestido de verano y sandalias de tacón alto. Bella, como siempre. No me vio. Me acerqué por detrás, le puse una mano en el hombro, se dio vuelta y me miró con sorpresa como diciendo ¿Qué haces aquí? Sin mediar palabra la apuñalé con una navaja que llevaba en el bolsillo. No emitió sonido alguno. Bien, no habría testigos. Con la misma expresión de sorpresa fue cayendo mientras yo la sostenía por los brazos. La deposité en el piso. Y empecé a bajar las escaleras.
Iba despacio, sin apuro, seguro de que nadie se había enterado. Crucé la puerta y salí al calor sofocante de la calle.
Me detuve a mirar una vidriera frente a una casa de música que estaba pasando el tema Creep de Radiohead y recordé como nos gustaba escuchar esa canción.
De pronto una sensación de náusea y escalofrío mezclados se apoderó de mi al acordarme, que cuando tomé la decisión de matarla, también dije que inmediatamente yo me suicidaría.
Ahora no estaba tan seguro de poder hacerlo.
Ya pasaron dos semanas desde ese aciago día. Ninguna sospecha recayó sobre mí. Me he mostrado dolido y sufriendo ante todo el mundo.
Ayer por la tarde tocaron a mi puerta y que sorpresa al ver que se trataba del hombre con quien ella se estaba viendo.
Entró presentándose y dándome la mano. Yo no salía de mi asombro. Pensaba: ¡Que descaro!
Empezó a hablar y ahí fue cuando el mundo se derrumbó para mí.
Me contó que desde hacía unos meses ellos estaban sospechando que eran hermanos por parte de padre. No habían querido decir nada todavía hasta estar seguros con unas pruebas de ADN que se estaban haciendo. Ahora los resultados ya estaban prontos y confirmaban las sospechas.
Lo que siguió hablando ya no puedo recordar. La cabeza me daba vueltas. Decía algo como que quería relacionarse conmigo ya que éramos algo así como cuñados y compartíamos el amor por ella.
No se como terminamos esa conversación. Eventualmente se fue. Y yo, como si las piernas me pesaran toneladas, me dirigí al baño, llené la bañera, me metí adentro y me abrí las muñecas. Espero dormirme pronto.



Un grande!


sábado, 5 de abril de 2014

Sobre el cuento: De mi vida

El cuento De mi vida participa de el Taller de Escritura de este mes de Literautas

De mi vida

Mis días transcurren lentos. Todos iguales. En esta celda oscura en la que me encuentro.
Apenas logro distinguir el día de la noche por un tragaluz que esta casi junto al techo y que filtra algo de luz, si está soleado. Pero en días nublados, todo se parece, nada se diferencia.
Desde que me apresaron he tenido tiempo más que suficiente para reflexionar y revisar mi vida toda.
Estoy convencida que ha sido buena, que ha valido la pena.
Todo lo que hice fue con la mejor intención. He querido ayudar, ser útil a los demás.
Pero claro, una mujer que vive sola, no es bien vista por nadie. Las mujeres debemos estar sujetas a nuestros padres y hermanos primero. Luego a nuestros maridos e hijos. Tuve la mala suerte que mis padres murieron cuando yo era una niña, luego mi marido también falleció al año de estar juntos. Y cuando quise intentar tener un nuevo amor, fui duramente criticada.
Yo se lo que se comentaba a mis espaldas. Que una buena mujer, en mi situación, debía internarse en el claustro de las Hermanas de la Misericordia.
Pero yo no quería ese destino para mí. Me sentía llena de vida, con ilusiones y muy joven aun para encerrarme.
¡Que ironía! La vida parece hacerme burlas. Y el claustro que no quise en aquel momento, lo tengo que padecer ahora, pero peor, porque en aquel al menos tendría una cama y algunos muebles, mientras que en esta mazmorra del castillo del Duque estoy sentada y duermo en el frío y húmedo piso de piedra.
Recuerdo cuando empecé a recolectar hierbas medicinales. Aprendí como usarlas. Ayudar a personas con distintas enfermedades fue lo mas natural y todos aquellos que no encontraban curación con los médicos del pueblo, venían a mi, pero escondiéndose, para que no se supiera. Y luego, cuando se recuperaban de la enfermedad, nunca admitían que había sido con mi ayuda.
No me importaba. Yo sabía que estaba haciendo el bien.
Hace ya tres semanas que uno de los carceleros del castillo me trajo aquí arrastrándome de un brazo y empujándome. Nunca me miró a los ojos porque se acordaba bien de mí, de cuando curé a su hija de unas fiebres rebeldes que ningún médico podía curar.
Nadie de las personas que ayudé, ni sus familiares salieron en mi defensa cuando me sacaron de mi casa por la fuerza.
Pero sí, alcancé a ver la mirada triste de unas cuantas mujeres, que recordaban como las había ayudado en los partos o después con sus recién nacidos.
Unas pobres desgraciadas como yo, impedidas de hacer algo.
Se limitaron a verme pasar con las manos atadas caminando detrás de los caballos de los guardias de palacio.
Vi también algunas caras escondidas entre los visillos observándome, con tristeza, con sorpresa, con miedo.
¿Y ahora que espero?
Pues la benevolencia del Duque.
El puede darme, si así lo desea, el perdón y ordenar liberarme.
¿El perdón de que?
De ayudar a los demás, digo yo.
De practicar las artes oscuras, dice él.
El sabe todo sobre mi vida. Este es un pueblo pequeño donde todos nos conocemos. Es consciente de que no represento peligro alguno para nadie. Que soy una mujer pacífica.
Pero me temo que se encuentra presionado por poderes superiores a él y a su voluntad.
Por lo que no me siento segura para nada.
Mientras estoy envuelta en estos pensamientos, siento pasos y voces que se acercan por el pasillo. No es hora de traerme comida. Tal vez llegó el momento de mi liberación.
Eso creo.
Se descorren los cerrojos de la pesada puerta y veo a dos carceleros que se abalanzan sobre mí, me agarran de los brazos y levantándome del piso me sacan a la fuerza.
-         ¡Vamos bruja! Se acabó el juego. En unos minutos estarás ardiendo frente a todo el pueblo.

-         ¡Malditos! ¡Sean malditos por siempre!

Las mariposas


Al mal tiempo...