...sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que no se cuando es de día
ni cuando las noches son,...
Romance del Prisionero
Maldita jaula en la que estoy metida.
Empiezo a caminar. Atravieso los pasillos de la prisión.
Mis compañeras me saludan, me sonríen, me hacen señas con
las manos.
Yo sonrío y camino mirando el piso y mis toscos zapatos.
Se abre el portón principal y salgo a la explanada frente al
gran edificio.
Siento alguna mano sobre mis hombros a manera de saludo.
Pero yo no miro a nadie.
Sin dar vuelta la cabeza, ni mirar atrás, sigo caminando.
Es como si temiera que por mirar atrás hubiera alguna
especie de sortilegio que me retuviera.
Y no quiero.
Que nada me detenga.
Mantengo el paso, sin prisa, pero sin aminorar.
Sin sonreír, pero sin tristeza tampoco.
Como anestesiada.
Salgo al camino principal.
Ahí está esperando el viejo y destartalado bus que me
llevaría al pueblo.
Pero no subo.
Sigo caminando como dominada por un influjo imposible de
resistir.
Minutos, horas en el camino, bajo el sol inclemente.
Y a lo lejos empiezo a divisar el bosque.
Con esa visión mi estado anímico cambia totalmente.
Empiezo a sentir una alegría indescriptible a medida que
avanzo.
Me voy adentrando en el bosque y voy registrando todos los
sonidos, los aromas y la luz del sol que se filtra entre los árboles.
Es una visión maravillosa.
El olor de los eucaliptos se mete en mi nariz dándome una
sensación fresca, exquisita.
Los pájaros en un jolgorio de cantos y ruidos, todos
mezclados.
Los insectos volando, reptando, trepando, las arañas
tejiendo sus telas, todos unidos en la armonía
del bosque.
Y en medio de tanto alboroto alcanzo a escuchar el sonido de
agua corriendo.
Es un pequeño curso de agua que cruza el lugar.
Me acerco, meto los pies y sigo caminando en el agua que
está fría.
Me encanta la sensación que me produce. Las piedras en el
fondo se incrustan en la planta de mis pies a medida que avanzo y empiezo a
sentirme feliz.
El sol comienza a bajar y produce unos colores increíbles
mientras se cuela por todos lados.
El aire fresco se va enfriando de a poco, lo siento en la
cara en las manos.
Salgo del agua y ahora camino sobre la hojarasca.
El crujir de hojas y ramitas amplifica todos mis sentidos.
¡Si hasta me siento más liviana!
Una mano me agarra del brazo y me sacude.
—Otra vez en trance, che. Dale
que ya sonó la entrada.
Me levanto pesadamente. Me duele todo el cuerpo.
Y comienzo a caminar con mi compañera hacia las celdas.