Hola

Este año me decidí y empecé a escribir. Lo quiero compartir contigo.

domingo, 17 de agosto de 2014

En la calle



                                           Milton

Vivía en la calle. En Boulevard Artigas, en la Plaza de la Bandera, para ser mas precisos. Un lugar céntrico en la ciudad de Montevideo. Ahí el césped esta cortado prolijo y bajo un grupo de arbustos de poca altura, en un hueco en la vegetación, Milton había extendido unos cartones sobre los que se acostaba. Se tapaba con un par de frazadas que le habían traído los del grupo de Voluntarios. Gracias a ellos podía tomar un tazón de sopa o guiso, a veces chocolate caliente cada noche en que la camioneta hacía el recorrido.
Había otros, muchos como él viviendo en las calles.
Varias veces le habían ofrecido trasladarlo a los albergues o refugios de invierno como se les llama. Pero invariablemente había rechazado la propuesta.

Es que a Milton lo acompañaban todas las noches dos fieles perros que dormían con el.
            _ En el refugio no aceptan a mis amigos_ decía cuando le preguntaban.
Era un hombre que había venido del interior a buscar trabajo en  la capital, pero la falta de estudios le hizo imposible encontrar algo. Después de intentarlo un tiempo se cansó, se dejó vencer por la apatía y el desánimo.
Y ahora hacía ya treinta años que vivía ahí.

            _ Son buena gente los Voluntarios, especialmente la señora Alicia, cocina muy rico, se reía y mostraba sus encías con los pocos dientes que le quedaban.
Tenía el pelo oscuro y con muchas canas, largo por la mitad de la espalda todo pegado formando una masa única. Los ojos oscuros de mirada penetrante.

Yo lo veía todos los días  cuando pasaba frente a la plaza para ir a trabajar.
Flaco y encorvado juntando agua en una botella de plástico desde una fuente que se encuentra casi sobre la calle.
Algo llamaba mi atención cuando lo veía y es que sonreía siempre. No parecía un hombre quebrado por la vida ni amargado por sus circunstancias.

Un día lo vi escribiendo. Sentado sobre sus frazadas, concentrado, absorto en su tarea rodeado por sus perros e innumerables bolsas y envoltorios en los que guardaba sus pocas pertenencias mundanas.

Algún tiempo después supe que Milton escribía poesía.

Había cursado solamente hasta quinto año de escuela, después se fue a trabajar de peón de estancia, pero lo aprendido no se había borrado de su mente.
Escribía con letra chiquita, infantil, las palabras como hormiguitas, pero en su corazón estaba la sabiduría de lo que aprendés en la calle.

Y lo volcaba en su poesía.

Les pidió a los voluntarios si podían llevarle un cuaderno y una lapicera.

       Cuando la luna asoma su cara redonda
       Viajo atrás en el tiempo y me acuerdo de ti
       Con mis suspiros te llamo rogando que vuelvas
       Pero es inútil. Ya no estás aquí.
      



                                        Gerardo

Integraba el grupo de los Voluntarios. Era un joven de unos treinta años, sociólogo con una gran vocación por el servicio y la ayuda humanitaria. Salía con la camioneta con otros compañeros a repartir comida caliente a los indigentes que se afincaban en el centro. Con una fuerte vocación de servicio es un tipo amable y preocupado por los problemas de los demás
            _ Son un grupo resistente_ nos decía. La mayoría de los sin techo aceptan ir a los refugios cuando arrecia el frío en la peor parte del invierno que son los meses de Junio, Julio y Agosto.
            _ Pero este grupo no quiere aceptar por no abandonar a sus perros, pero también porque no aceptan reglas, como bañarse y no fumar.
Algunos consumen alcohol y drogas y la calle les permite esa libertad.

Gerardo fue el primero en notar que a Milton le gustaba escribir por eso se ofreció a llevarle lapiceras y un cuaderno. Desde entonces Milton escribe dos o tres poemas por día. Allí vuelca todos sus sentimientos.
El poeta de la calle. Así lo llamo

 Es un tipo increíble, con una sensibilidad especial. Cuesta creer que con todo lo que le toca vivir, pueda escribir con tanta belleza y sentimientos. Así somos. Cada uno de nosotros muestra una imagen exterior pero por dentro nuestro universo es especial y único.
Gerardo y Alicia intercambian impresiones y opiniones sobre los indigentes que van conociendo.
¿Indigentes?
No se como referirme a ellos.
¿Desplazados?
¿Marginales?
¿Excluidos?
No se.

                                        Te fuiste un día
                                        sin decir porque
                                        dejando mi alma
                                        deshecha, lo se
                                        Un suspiro, una lágrima
                                        me quedan tal vez
                                        Y la cruel certeza
                                        de no volverte a ver.










                                              Alicia

Una mujer admirable. Llena de energía y compasión por los demás. Todo ese amor que tiene para regalar lo vuelca en la olla de los guisos y sopas que prepara  en el grupo de Voluntarios. Por eso son tan ricos.

    ¡Decile a Alicia que le quedó riquísimo! Y que le agradezco de todo corazón. Ella es un alma buena igual que todos ustedes que vienen aquí cada noche con las ollas.

Después de trabajar ocho horas en una dependencia del Estado, todavía encuentra tiempo para ir a cocinar en la sede del grupo.
Madre soltera con un hijo de doce años, que más que un hijo es su compañero de ruta, Alicia encuentra en el grupo un lugar donde expresar su vocación, así como un sentido a la vida.
    Si no ayudamos a los demás ¿qué estamos haciendo en este mundo? Se pregunta.

Viven en una casita modesta pero linda y luminosa en Villa Española que heredó de sus padres.

Un día le cuenta a Jessica que tiene una idea, que es un poco loca, pero que viene analizando desde hace un tiempo.


                                            Dulce dolor en el pecho
                                            puñal en mi corazón
                                            herida abierta que me dejó
                                            tu olvido y tu traición.




                                                 Jessica

Jessica estudia sicología tiene 24 años, es la más joven del grupo. Tal vez por eso se le ocurrió crearle un sitio web a Milton para empezar a publicar sus poemas y darlo a conocer. Ella misma se encarga de administrar el sitio y le puso de nombre Los poemas de la calle.
Con mucha paciencia le explicó a Milton de que se trataba el sitio y como funcionaba.
El respondía con alegría y entusiasmo.

Y así fue que la gente empezó a conocer su poesía y se detenían en la plaza a preguntarle si verdaderamente el era el poeta. Sonreía con su sonrisa de pocos dientes y contestaba a todos los curiosos que llegaban a preguntar.
Su escritura sencilla, salida  del corazón y de sus propias vivencias llegaba al alma del lector.

Por esos días a Alicia se le había ocurrido una idea que en principio parecía medio descabellada, pero pensándolo bien…
Quería ofrecerle a Milton el galpón que había al costado de su casa.
Estaba en buenas condiciones, no se llovía.
Originalmente se había hecho para guardar un auto, ahora ella lo usaba para guardar herramientas, escaleras y esa miríada de objetos que se guardan en una casa.
¿Y por qué no?
Milton no aceptaba ir a los refugios entre otras cosas por sus dos perros.
Ahí podrían vivir todos sin problemas. Haciendo una buena limpieza y consiguiendo los muebles básicos, sería posible acomodarse.
    ¿Vos estás segura? ¿Le preguntaste a tu hijo? Jessica se preocupaba.

La noticia cayó como una bomba en el grupo. Lo conversaban entre todos sin decirle nada a Milton, por supuesto, para no generarle expectativas.
Alicia se sintió realmente apoyada, comprobó que no estaba sola en la toma de decisiones difíciles, porque todos se sintieron responsables de la idea. Actuaron como una verdadera familia, dieron vuelta la idea al derecho y al revés, consideraron los pro y los contra y los posibles peligros. No querían que Alicia o su hijo corrieran ningún riesgo.
Pero al fin todo parecía concluir que no había nada que temer.
   

                                                 Miguel

Mi nombre es Miguel Alcántara tengo 42 años soy casado con una hija de 14 años. Integro el grupo de Voluntarios desde el 2011. Algo en la historia de Milton me engancho desde un principio por eso empecé a escribir sobre el desde que me enteré que le daba por escribir.
Primero unas simples anotaciones que fueron tomando forma de capítulos y ahora estoy abocado a armar todo eso como una novela y publicarlo. No tanto para mi provecho personal como para dar a conocer a Milton y su obra.

¡Se está volviendo una celebridad! Decía Gerardo.

Yo fui el que más objeciones puso a la idea de Alicia de llevarse a Milton a su casa.
No es que lo considere un hombre peligroso, tampoco es alcohólico, pero me preocupo por Alicia. Somos un poco como sus hermanos, como la familia que no tiene.
Al fin acepté la decisión de la mayoría, pensando que al fin y al cabo, entre todos podemos vigilar que las cosas vayan bien.

    
                                    Herido mi corazón
                                    por una pena de amor
                                    que va creciendo y se agranda
                                    a la par que mi dolor.






                                               


                                                La mudanza

Jessica fue la encargada de contarle a Milton nuestra idea. Al principio se lo tomó a risa, pensó que era una broma. Cuando le aseguramos que era así, se mostró sorprendido. No podía creer que la vida estuviera dándole otra oportunidad a esta edad y cuando ya no lo esperaba. Y una oportunidad que le permitiría empezar desde cero.
    Algo así como nacer de nuevo. Dijo emocionado.

En esa semana todos nos hicimos tiempo para ayudar a vaciar el galpón reparar el techo, acondicionar el pequeño baño que tenía, revestir el piso de hormigón con buenas tablas de madera. Hubo que reponer vidrios en la ventana y arreglar la cerradura de la puerta.
Conseguimos donaciones de cama, colchón y frazadas. Una pequeña mesa y dos sillas. Alicia colocó una planta sobre la ventana y así empezó a parecerse a un hogar.
No podría describir la cara de Milton cuando llego a la puerta y se detuvo a mirar.
Una mezcla de alivio, alegría y asombro. Por primera vez lo vimos derramar un par de lágrimas. Ni siquiera en los momentos más duros de su existencia había perdido su sonrisa.

Era una tarde soleada de otoño, atamos a los perros en el jardín y Gerardo y yo pasamos a la descomunal tarea de bañarlo, afeitarlo y cortarle el pelo.
Sería un hombre nuevo el que había de entrar en ese nuevo hogar.
Entre risas empezamos por pasarle la máquina de cortar pelo y luego un producto para desparasitarlo.
En una gran bolsa de residuos íbamos echando pelo, ropas viejas y restos de zapatos.
Luego de bañarse y cortarse las uñas prendimos fuego a aquel envoltorio.
Surgió un hombre de mirada dulce y sonrisa apacible.
Caminaba encorvado pero llevando en alto la dignidad humana.
La suya era una historia de superación, demostración viva y patente de que la vida da segundas oportunidades y está en nosotros aceptarlas o dejarlas pasar.

                   



                               Llegará un día en que las guerras terminarán
                               Imagino ese día en que la paz reinará
                               La humanidad toda en verdadera hermandad
                               Recorriendo caminos de amor y felicidad.



                                









                                              El nuevo Milton

Se convirtió en un abuelo para el hijo de Alicia. Sus dos perros jugaban con el perro de su nuevo nieto. Se sentaba en el jardín al sol largas horas mientras- el nieto- como el lo llamaba, le contaba de sus clases en el liceo.
El resto del tiempo escribía, regaba las plantas, alimentaba a los perros y las palomas.
Entre tanto progresaban dos proyectos, Jessica recopilaba sus poemas para armar un libro y yo escribía su biografía.
Su vida había cambiado para siempre y los recuerdos de lo vivido en la calle se plasmaban en poesías.
En medio de sus sonrisas y agradecimiento, en medio de nuestra alegría por lo que habíamos logrado, una duda en lo más recóndito de mi pecho, ¿y si no fuera feliz?
¿Añorará su antigua libertad?
¿Cómo se le dice no, a unas personas que deciden por nosotros con la mejor intención?            

                                
                                 Un grito que llega al cielo
                                 De amor y de libertad
                                 De libertad y de amor
                                 De alegría y hermandad.
                                

                                                  Fin
                                 







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