Hola

Este año me decidí y empecé a escribir. Lo quiero compartir contigo.

sábado, 7 de junio de 2014

Tu sombra



                                                                                        Todo me recuerda a ti,
                                                                                         tu sombra sigue aquí.
                                                                                              Sheena Easton

Mi nombre es Maria Elena y trabajo como enfermera en el hospital de la ciudad. Tengo treinta y cinco años y estoy separada, sin hijos. Durante el año siguiente a mi divorcio no quise volver a buscar pareja. Tan dolida estaba, tan fracasada me sentía, había puesto mucha ilusión en mi matrimonio. Pero, el tiempo lo cura todo, dicen, y es verdad en parte. Volví a alimentar la ilusión de tener a alguien a mi lado, de no dormir sola.
Intenté iniciar relaciones, varias veces, todas fracasaron. Luego decidí quedarme así. ¿Acaso es imprescindible tener pareja? Empecé a sentirme bien conmigo misma, a aceptarme totalmente.

Hasta que un día apareció él.
La vida te hace a veces esas jugarretas.
Era técnico radiólogo. Atractivo, con una personalidad deslumbrante. Nos cruzábamos varias veces en el trabajo y empezamos a comer juntos en la hora de descanso. Fue amor a primera vista. Intenso, sublime, como el de los adolescentes y cuando ya no lo esperaba.
Me cambió la vida y me dejé llevar. Yo amaba su sentido de la libertad. Su falta de prejuicios, de convencionalismos, de  reglas. Me amó sin medida y lo amé sin medida.

Por ese entonces, empezó a llamarme Elenita. Yo jamás había tenido sobrenombre o apodo. Ni siquiera de niña. Por eso me sonaba un poco raro, pero por supuesto me acostumbré. Como me acostumbré a todo lo que viniera de el.
Y pasó algo extraño. Todos los demás compañeros de trabajo, empezaron a llamarme Elenita. No me gustaba el sobrenombre, pero terminé aceptándolo.
Al fin y al cabo él me llamaba así.

Un día se fue de mi vida así como había llegado, sin aviso, sin que yo lo esperara y quedé hundida en el abismo. El dolor se volvió insoportable.
Ha pasado el tiempo y aun me pregunto… ¿por que?
Su partida me dejó muchas cosas.
Su recuerdo imborrable.
Su presencia que permanece en mi vida, como una sombra que me acompaña siempre.
Su imagen, que me parece ver, caminando por los pasillos del hospital.
El calor de sus labios cuando me besaba.
Pero me dejó algo más.
Mis compañeros de trabajo siguen llamándome Elenita. Así aumenta mi dolor cada vez que me nombran. Y el fenómeno parece aumentar y multiplicarse. Porque algunos de mis viejos compañeros se han ido, a probar suerte en  mejores empleos, o se han jubilado.
Y los nuevos que los sustituyen también me llaman Elenita.
Como si no alcanzara con lo que ya tengo.

Como si no fuera suficiente.

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