Eran cerca de las 20 horas
cuando Elisa terminó su trabajo, apagó la computadora y salió de la oficina. Estaba
ella sola, sus compañeros se habían marchado antes, pero ella tenía trabajo
atrasado que quería terminar. El edificio se veía vacío. Las oficinas todas terminaban
su trabajo a las 19.
Subió al ascensor. Dos
pisos mas abajo se abre la puerta y entra un hombre atractivo que Elisa no reconoció,
seguramente algún gerente, por su aspecto ejecutivo. No se prestaron atención.
De pronto se corto la energía
y el ascensor quedó detenido y totalmente a oscuras. Elisa gritó con miedo.
— ¿Que hacemos ahora?
— No te preocupes. Es solo un apagón. Ya va
a volver.
Los dos, automáticamente,
agarraron sus teléfonos móviles y descubrieron que no había cobertura.
— ¡Este edificio viejo sin generadores
de emergencia!
—
Alguien va a
dar aviso. Quedáte tranquila
—Si. ¿Quien? De
noche solo queda la seguridad.
—Por
eso te digo. Alguien va a avisar. Mejor nos sentamos. Capaz demoran un poco. Se
sientan con las espaldas apoyadas en la pared del ascensor, los brazos rozándose,
y en ese momento Elisa empieza a llorar. Matías trató de consolarla.
—No llores, ¿te esta esperando
alguien, que se asuste por tu demora?
—No, pero podría estar en casa dándome un baño
¿Y vos, te espera alguien?
—Mi
perro, que le doy de comer al llegar.
Matías le pasó el brazo
por los hombros y la acercó a el.
En medio de la total
oscuridad Matías la besó. Y ella le devolvió el beso con tanta ganas que se
sorprendieron los dos. Fueron resbalando de sentados a acostados.
Y ahí mismo, tal vez por
la incertidumbre, el miedo o lo que fuera que los conectaba, empezaron a
acariciarse por debajo de la ropa.
Se olvidaron de todo y
empezaron a hacer el amor
— ¿Y si viene la luz de golpe y se
abre la puerta? Preguntó Elisa
—Es lo que menos me importa en
estos momentos.
Dulzura, ternura, ganas y
pasión.
Cuando terminaron se
arreglaron la ropa lo mejor que pudieron dada la oscuridad y volvieron a
sentarse, Elisa apoyando la cabeza sobre su hombro y el tomándole las manos.
— ¿Te ha pasado muchas veces esto
de quedarte atrapada en un ascensor? le pregunto riéndose.
— No, nunca.
En ese momento se encendió
la luz y el ascensor retomó su marcha.
Frente a frente y mirándose
intensamente a los ojos por primera vez, se ayudaron a arreglarse la ropa y el
pelo.
Elisa tenía el maquillaje
corrido y el se lo limpiaba suavemente con su pañuelo.
El ascensor se detuvo,
salieron caminando despacio, tomados de la mano, como si fueran una pareja de
hace mucho tiempo.
Los dos iban sonriendo.
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