Estoy frente a la computadora, la pantalla en blanco,
pensando que escribir para el cuento. Empiezo a rememorar los tiempos cuando
era adolescente y junto a mi madre y mis hermanas íbamos al tablado del barrio.
Llevábamos las sillas y algo de dinero para comprar comida y bebida entre
espectáculos.
Mamá decía –Lleven abrigo, que de noche refresca- Y así era.
El tablado humilde, con un cable atravesado y lamparitas de
colores colgando.
El bullicio de los chiquilines, el vocerío de los vendedores
de panchos y chorizos, el aroma que salía de los puestos de venta.
Y las infaltables rifas de dinero.
Recuerdo algunos artistas, como de relleno, mientras
esperábamos las murgas más famosas.
Y si la murga llegaba cuando aún no habían finalizado, se
apuraban, porque el sonido de platillo, bombo y redoblante que llegaba desde el
camión hacía que ya no les prestáramos atención.
Miro a mi derecha y el espejo me muestra algunas arrugas
nuevas que ayer no tenía.
Adiós carnaval.
Adiós juventud.
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