Estaba buscando afanosamente mis anteojos de sol. Estaba
seguro que los había puesto en ese cajón que ahora aparecía lleno de cosas
diversas.
Cuando la encontré.
Estaba toda arrugada, marcada y su color entre sepia y
ceniciento.
La sostuve en mis manos, la estiré un poco y fue como si de
golpe me metiera en un túnel del tiempo, llevándome al momento en que
terminamos con Laura.
Empecé a ver ese día como si fuera una película, recordé
todos los hechos de la mañana, de la tarde y la noche que fue la última en la
que estuvimos juntos.
Porque esa misma noche Laura me dejaba. Y me dejaba por otro
que según me dijo la hacía realmente feliz.
Recordé el dolor,
directo en el corazón, punzante, agudo.
Y el torbellino en la cabeza. El no poder entender. El no
poder creer.
Soy muy orgulloso y ni por un momento pensé en rogarle, o
pedirle explicaciones.
Así que simplemente la dejé parada ahí y me fui.
Cuando llegué a casa y vi la foto sobre el mueble del
comedor, la estrujé entre mis manos con toda la fuerza de que soy capaz y la
lancé al bote de los papeles que tengo cerca de mi mesa de trabajo. Por ese
entonces empezó a acumularse la basura sobre mi mesa, colillas y pedazos de
cigarrillos en ceniceros o platillos. Tazas de café a medio terminar, escritos
a medio terminar, restos de comida. Y el bote de papeles lleno hasta arriba por
eso la foto quedó encima de la montonera. Estaba buscando afanosamente mis
anteojos de sol. Estaba seguro que los había puesto en ese cajón que ahora
aparecía lleno de cosas diversas.
Los primeros días,
estaba como anestesiado, viviendo mecánicamente. Pero con el transcurrir de los
días empezó a doler cada vez más. Cuando me daba cuenta que de verdad ya no
estaba conmigo.
Y saberla feliz con el otro.
En algún momento que no logro recordar debo haber sacado la
foto del bote y debo haberla puesto en el cajón.
El paso del tiempo forma como un velo que se deposita sobre
la herida, es como un bálsamo tal como nos lo dicen los poetas y así es.
Aunque la cicatriz queda.
Luego sobrevino el
enojo. Enojo por lo que pasó, pero también enojo porque cada día dolía menos.
Porque me iba olvidando de ella y del dolor también.
Vuelvo a mirar la foto y me doy cuenta que no puedo estar
enojado con Laura.
Ni con lo que vivimos juntos que fue maravilloso.
Ni con el otro que ahora la hace feliz.
Ni conmigo mismo, que al fin y al cabo la vida continúa o al
menos eso dicen.
Y por eso, porque la vida sigue, vendí el auto y me compré
otro más moderno.
Busqué las tijeras y corte la cara de Laura en forma de
corazón.
Lo puse en mi billetera para llevarlo siempre conmigo.
Y el resto de la foto, lo boté, ahora si, para siempre.
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