Uno de los mejores recuerdos de mi infancia es cuando íbamos con mis hermanos a pasar las
vacaciones a la casa de mis abuelos.
Ellos vivían en una casona grande y antigua en plena zona
rural en el departamento de San José, Uruguay.
Mi abuelo era artesano, maestro zapatero y sus creaciones
únicas hechas totalmente a mano eran sumamente apreciadas y valoradas por sus
clientes.
Mi abuela, una mujer alegre, dinámica y siempre dispuesta a
cocinar cosas ricas, que devorábamos encantados.
La casa mas cercana a la de los abuelos era la de los tíos
José y Clara y sus hijos Rosa, Carlos y Esteban.
Con ellos las tardes se hacían cortas y animadas con los
juegos y caminatas.
El abuelo tenía un coche tirado por un solo caballo tostado,
un noble animal. Con el iba hasta el pueblo a comprar las provisiones para la
familia y las telas, cueros y hebillas para la fabricación del calzado.
Recuerdo claramente que cuando trabajaba en un nuevo par de
zapatos, los mantenía cubiertos con un lienzo y no permitía que nadie los viera
hasta quedar totalmente terminados.
Era un momento emocionante cuando todos alrededor de la mesa
de trabajo esperábamos a que el abuelo mostrara su última creación.
También cultivaban una
huerta y varios árboles frutales
de los que obtenían verduras y frutas frescas para el consumo diario.
Nuestra vida familiar era sencilla. Cuando el calor se hacía
insoportable íbamos a refrescarnos a la cañada que pasaba cerca de la casona. ¡Y
cómo nos gustaba balancearnos en los árboles! El abuelo había colgado
neumáticos grandes como de camión que hacían las veces de hamacas.
Me acuerdo del año 1904. Yo tenía seis años y si bien no se
me permitía participar de las conversaciones de los mayores, igual lograba
escuchar algunas partes de las mismas.
No entendía exactamente que pasaba, pero lograba captar un clima de agitación, de
preocupación en la familia. Por ejemplo mi abuelo hablando seriamente con mi
tío o mi abuela.
Por ese entonces el Presidente de la República era Don José
Batlle y Ordóñez que pertenecía a un grupo político conocido popularmente como
Colorados. En tanto que el grupo político opositor denominado Blancos era
liderado por un caudillo llamado Aparicio Saravia.
En ese caluroso mes de enero escuché hablar de dirigentes
Blancos detenidos en todo el país, y para enfrentar al poderoso ejército del
Presidente de la República ,
el caudillo Saravia, concentró un importante número de jinetes y caballos.
Los enfrentamientos armados se sucedieron durante varios
meses generando dolor y muerte por todos lados puesto que se luchaba en varios
frentes.
Los hombres más jóvenes iban directamente a la batalla y los
no tan jóvenes colaboraban haciendo redadas por los poblados llevándose por la
fuerza caballos, armas, municiones y alimentos.
Mi abuelo estaba claramente preocupado por el caballo, ¿cómo
haría para preservarlo?
Era su único medio de transporte y su mejor ayudante en el
trabajo.
Esa mañana ví llegar a mi tío corriendo por el polvoriento
camino y gritando:
-Vienen para acá.-
-Ayudáme, José- contestó el abuelo.
Yo, escondiéndome, trataba de escuchar y ver todo lo que
podía. Así ví como llevaron el caballo al fondo de una habitación contigua a
los dormitorios.
Le taparon los oídos con bastante estopa para que no
escuchara ni respondiera a los caballos que llegaban.
Lo ataron y le pusieron bastante comida y agua.
Y con un gesto de rebeldía y fuerza, -que solo comprendí
cabalmente cuando fui mayor- ví a esos hombres levantar una pared de bloques
adelante del animal, tapiando totalmente esa parte de la habitación.
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